Sueño sin sueño (20)
Sueño sin sueño
Estuve conmigo en el silencio, entornando los ojos, y
sin quererlo, no supe cómo, pero abrí una puerta que no
estaba afuera, solo y sencillamente en mí, entré en mi
corazón.
Mi cerebro canturreaba la dulce sinfonía de los salmos,
esos que aprendemos de niños, sin un contexto de entendimiento,
pero que sin embargo de tanto oírlos dentro de
nuestra propia memoria, lentamente, ese proceso desde el
recuerdo a la imagen y de la imagen al recuerdo, se va asimilando
como un juego eterno de verdades absolutas.
No sé si me dormí repitiendo o la repetición abrió la
puerta, pero alguien dentro de mí coreaba con canto de niños:
«Al oriente puse un árbol». Y allí estaba, sí, allí estaba
el árbol de mi vida.
«¡Cuántos frutos!», me dije, «de todo tipo, tamaño y
color Algunos maduros, casi diríamos mustios, secos, sin
haberse cosechado y consumido».
Seguí mirando…
Otros estaban a punto para ser disfrutados, algunos
aún verdes, pero la sorpresa mayor, es que todavía quedaban
flores.
De repente pensé que las flores eran las menos, que no
había demasiado para esperar, y me angustié pero al ir
despacio, limpiando aquellos frutos que ya no podían consumirse
ni rescatar, y que solamente servían para cargar las ramas de
peso sin sentido, miré sorprendida que las flores eran mucho
más de las que parecían estar allí, al principio.
«Un poco más Señor Dios del Universo, permíteme mirar
un poco más», supliqué
De repente, el bosque de la vida se abrió ante mis
Ojos.
Ya estaba tan a gusto, que no sabía si era un sueño o un
atisbo de la realidad, pero mi cerebro me invitaba, diciendo:
«¿Qué es la realidad sino un sueño que se traza o complementa
con fragmento de substancia?».
Ante esa invitación que no podía declinar seguí fantasoñando,
energía mezcla de fantasía y sueño, que me
permitió atreverme a ver un poquito más.
«Estamos en primavera», me dije, pero a la vez el cerebro
me corrigió: «Aquí no existe el tiempo, esto es el confín o el
génesis donde comienza la realidad».
Como no comprendía, le volví a preguntar a mi cerebro:
«¿Cuál es la realidad entonces? ¿Estoy en la realidad,
o la realidad es eso que miraré cuando me haya ido de este
lugar?».
Escuché claramente cómo mi cerebro se reía de mí
misma, pero seguí sus instrucciones y continué contemplando.
Mantos de escarcha derretidas sobre las flores.
«Sin duda, aunque tú me digas que aquí no existe el
tiempo, es primavera que se anuncia glamorosa», le insinué;
«¿No te das cuenta?», pregunté. «Fíjate, los pétalos
de las flores despiertan cual crisálidas transformándose.
Abren sus capullos a la luz del sol, que irradia con los más
cálidos, dorados y puros rayos.» Mientras admiraba, afirmé.
Entonces nuevamente este instructor dentro de mí, con
amorosa y cantarina risa, volvió a decirme: «Estás entendiendo
la apertura del saber, qué es amar; te estás dando
cuenta que amar es contemplar y compartir; todo vive
y vibra al unísono».
En ese instante preciso, pude sentir a mi corazón como un suave capullo
de vida que se atrevía tímidamente a concebir el calor
de ese sol.
Sentí que algo estaba en pugna con esa armonía y volvió la mente a
poner un pero, por lo que retorné a preguntar:
«Pero si esto es el tiempo sin tiempo ¿Cuándo se
abren las puertas para venir? ¿Cuándo puedo venir aquí,
cuando?», sostuve con angustia.
No supe cómo terminar de formular la pregunta porque
nuevamente la risita contagiosa estaba allí, diciendo:
«¿Qué te preocupas? Esto es hoy, aquí y ahora, coordenada
eterna de la felicidad inefable. ¡Felicidad!», rumió
farfullando la mente, riéndose socarrona y enfermiza.
«¡Qué de voces! ¡Cállense!», ordené.
El cerebro me mandó un tibia sonrisa y la mente, un
mohín de disgusto.
«¿Cuántos personajes viven aquí?», pregunté.
El cerebro respondió: «Y cuántos pretendes tú que existen?
Eres una multiplicidad».
«¡Multiplicidad!», me dije «¡Imposible! YO SOY y yo. YO SOY el que SOY», me escuché diciendo.
Pero la voz seguía apuntando multiplicidad o caos, son
una misma cosa.
«No quiero el caos», supliqué una vez más. «¡Quiero
orden!».
Así, vi por primera vez el orden de las cosas.
La verborragia estaba deteriorando mi sueño y un
ruego profundo, acalló las voces.
Solamente, me dediqué a sentir el aroma de las flores,
su textura, su color y hasta me di el tiempo de probar su
sabor, aunque ni siquiera ninguna de ellas había rozado mis
labios.
«Estoy desvariando», articulé.
Fue entonces que lo vi
¡Querido y cansado centauro de mis días!
Al acercarme a él, este se confundía con el follaje, entre
los árboles.
Eres un unicornio azul, ese que dice ser mi alma, esa
parte de mí que no podía ver desde que era niña, inocente
de la existencia.
La alegría rompió en áurea contorsión de caleidoscopios
de colores.
El tierno animalito me contemplaba a prudente distancia
Temeroso.
Un suave relincho de bienvenida, sin atreverse a acercarse
demasiado, pero aun, a pesar de su desconfianza, bajaba despacio desde un arco
iris de colores, con mirada lejana y profunda.
Cauteloso y con recelo, se acercó a mi mano, pretendiendo
unos granos de azúcar.
Fue que le di azúcar, le dispensé la miel que tenía guardada de todas
las vidas, de todas las horas, y pude acariciar su
suave piel de manto de cielo, confundirme con su mirada de
estrellas relucientes, logrando mirar, las tierras lejanas, esa que
se llama tierra prometida.
Es casi imposible pensar que nos paseamos un sin fin de
vidas, buscando la noble paridad de los sueños, pensando
que son de otros y para otros, y que nunca se hicieron para
uno.
Pero cuando lo vi parado allí, detrás del árbol, en aquel
bosque encantado, supe que poseía el logro del objetivo de
toda esta existencia, y de muchas otras.
Hube encontrado el talismán de la larga vida, y el frenesí
de la alegría.
De repente miré mis pies, ellos estaban casi desnudos y
Sangrantes; los zapatos que los cubrían, estaban gastados
y plasmados en su capellada, la silueta y figura de miles de
caminos andados, evalué recién entonces, que la tierra de las vicisitudes
quedaba atrás.
En un impuso irrefrenable, me monté en su suave lomo,
y acomodándose a mi peso, abrió sus grandes alas llevándome
a conocer lo que siempre había buscado el puente mismo
del infinito, la unión misma con mi alma, y ella estaba ahora
completa.
Había logrado mirar con sus ojos, había logrado respirar
con su aire, había sentido lo que siente su corazón, había
logrado pensar con su pensamiento y también hube
visto, que las cosas en este plano no se fabrican, se presienten,
se alimentan, se cuidan, y por sobre todas las cosas, se
respetan.
Simple y sencillamente, se aman.
Comprendí en ese instante, que él y yo somos eso, el
Puente hacia el infinito, la completitud en la diversidad; que
jugarse no es juego, es pisar la Certeza.
Cuando se tiene la Certeza de ser Uno con el Todo,
en la diversidad de las expresiones de la substancia, solo
existe la corrección amorosa, y el aprendizaje de dos pares
de opuestos.
Que el reencuentro en tiempo y espacio, es la concreción,
premio después de peregrinar en el desierto; así preparo
mi corazón para volver a verte mi amado centauro, cuando
y cuanto yo quiera, en la certeza de amarte, porque eres
parte de mí. Ya no me preocupé por el tiempo.
Fue entonces, que abracé el cuello de mi unicornio azul,
pero ya no era su cuello, estaba sosteniéndome de tu cintura,
apoyada en tu espalda, y la brisa nos daba en la cara, con
perfumes de flores, de flores de eternidad absoluta, porque
la eternidad es eso la completitud del encuentro con una
parte de uno mismo.
Vitelmina Ahuir