OSIRION PRINCIPADO DEL KA

Centel y Rehalina (22)

Centel y Rehalina

En un rincón de la dimensión XXII, Ángeles de todas las

categorías jugaban y disfrutaban felices, en un mundo sin

obligaciones y de eterna beatitud.

Uno de sus juegos favoritos era enlazar nubes, tal cometas,

las que hacían de transportes para llevar a estos seres

de espacio en espacio flotando.

Se escuchaban risas y ruidos, idénticamente a un jardín

de infantes en la tierra todo era jolgorio y alegría.

Había nubes de una multiplicidad increíble de colores,

con pícaras miradas y de exacerbado esplendor.

Cada una de las entidades angélicas, esperaban salir de

misión, pero los únicos conocedores del período, más oportunidad de cada uno, eran los Principios; ellos conocían el tiempo, y el no tiempo; principio y desarrollo de cada una de las cosas.

El sol, cincelaba las terminaciones lumínicas de la magnificencia

de los pequeños seres que eran inmensamente

felices en ese estado.

En medio de este Edén etérico, un hermoso Querubín

llamado Centel, hacía lo que todo Ángel de segundo orden,

prepararse para su labor.

La tarea de un Querubín, es ordenar las emociones de

los humanos.

Bordeando y en el mismo espacio, una Dominación,

Ángel de cuarto orden, de nombre Rehalina, también retozaba

en el tiempo sin tiempo, sabiendo que en su esencia,

disponía de la enseñanza de la elaboración arquetípica del

esfuerzo, trabajo, voluntad y tenacidad.

Entre piruetas y juegos, ambos se encontraron en el

preciso momento de acercarse a incorporar energía.

Los Ángeles no se alimentan como los seres humanos,

ellos lo hacen de energía pura y para lo cual, se allegaron a

algo parecido a un árbol, que contiene a las estrellas.

Todas estas, tal dosis de energía suprema.

También las estrellas eran graciosas y alegres.

En ese momento, tan solo, quedaban dos.

Una para Centel y otra para Rehalina.

Cuando sus manitos aladas tomaron el fruto estrella, una

luz resplandeciente, se instaló en el corazón, y esta brillaba

en la tonalidad de las Virtudes habría que ejercerlas, pero

no entendían mucho de eso.

No sabían que, la interacción angelical de un Ser de

segundo orden con uno del cuarto orden, los convierte inmediatamente

en seres del sexto orden, una Virtud.

Era el llamado.

Era el tiempo de bajar a su labor.

Los Ángeles son como los niños nunca entienden,

sino con el corazón.

Se sabían plenos en total extensión de potenciales

esenciales.

Ambos concibieron que había afinidad y que las tareas

serían compartidas pero aún había tiempo para jugar y

divertirse.

Rehalina portaba una cinta de raso rosa, y con ella,

muy ufana, desplegándola como una serpentina, atrapaba

nubes mientras que Centel, lo hacía con una cinta de raso

azul cielo.

Ambos reían y sus gorjeos se escuchaban en el infinito

No hay demasiado para jugar en el cielo, pero ser feliz

no cuesta nada siempre se es feliz.

Aconteció que, descuidadamente, se acercaron a una enorme

rueda, que vertiginosamente giraba.

Era como un carrusel, pero en sentido perpendicular a

las nubes del cielo.

Esta enorme rueda, bajaba hacia dimensiones, desconocidas

hasta ahora para estos juguetones.

En uno de los asientos de este tío vivo, sentadito un

niño sollozaba.

Centel, como esencialmente se sentía atraído a armonizar

las emociones, se acercó demasiado y ¡zaz! ya era

muy tarde.

Un profundo torbellino lo envolvió, con tal fuerza, que

quedó atrapado en la gran rueda.

Rehalina intentaba asegurarlo con su cinta de raso, a la

vez que tiraba de la azul cielo de Centel con desesperación,

pero todo fue inútil.

Su Querubín se perdía intrépidamente y a toda velocidad

hacia vaya saber dónde Centel había descendido a la tercera dimensión según

marcaba el instrumental de aquel artefacto giratorio.

Acongojada, se quedó con la cinta azul cielo, mientras

que la suya de color rosa se perdía en la distancia del abismo.

Intentaba subir a la rueda, pero el miedo la paralizaba

a cada instante, más.

Los Principios vinieron en su ayuda, pero le explicaron

que debía esperar que la rueda permitiera el ascenso de las

Dominaciones y por lo tanto, tendría que dar tiempo al tiempo

veintidós días antes, por cada dimensión y casi seis años

terrestres después.

Su misión, por haber entorpecido el desenlace, sería

buscar en la tercera dimensión a Centel e intercambiar las

cintas de raso.

Los hiladillos azul cielo y rosa, tenían acción sobre el

mundo elemental, lo que aprendió, ni bien llegó al plano

físico de la Tercera Dimensión, es decir, Tiempo y Espacio.

El rosa, accionaba sobre el agua y la tierra el azul cielo

sobre el fuego y el aire.

Luego, ella accionaría sobre el impulso y el movimiento

permanente.

Moverse era tortuoso y las distancias eran enormes los

colores del corazón no podían verse a simple vista, lo que

sumaba esfuerzo mayor a la misión.

Había arribado a un mundo, donde la gente trabajaba la

tierra duramente para saciar sus necesidades, y cumpliendo

con el plan del fuego y el aire, aterrizó al sureste de una gran

ciudad del cono sur de la Tierra.

No sabía que Centel, por su parte, acorde a la cinta

rosa, que pertenecía a su compañera, reinaba sobre la tierra

y el agua y por lo tanto, en el noroeste de la gran misma

ciudad.

Accionaba sobre las emociones profundas y la fertilidad

de la tierra y su paraíso.

La vida en la Tercera Dimensión era dura para la naturaleza

de Rehalina, y en esa lucha de esfuerzo y trabajo, acorde

a su esencia, pasó la vida útil temporal en una gestión que

incorporada, fue olvidando de dónde partió.

Una y mil veces se dijo que su relación a esta existencia

era demasiado y quiso volverse lo intentó de uno y mil

modos.

Aconteció, que los Serafines en auxilio, mandaron a dos

Potestades para que ella cuidara, mientras, intervendrían un

poco más adelante en que la tarea fuera posible.

Rehalina creció, se hizo fuerte en su esencial presencia,

pero sentía que algo más había en este plano tenía una

urgencia interior que no podía saciar.

Había olvidado básicamente la misión, y solo se permitía

pasar el tiempo, en que debería retornar al mundo que perdiera

por un instante tal vez, Centel ya estaría allí, esperándola,

para volver a jugar.

Un buen día, sentada en su oficina, Rehalina sentía que

una fuerza muy poderosa la llamaba desde un aparato que

en la Tierra procede como red.

¡Qué sorpresa! Allí vio a alguien que se parecía a su

hermoso y amado Querubín pero no estaba segura

volvía a sentir inseguridad y temor.

Quizás los rasgos eran familiares, pero y ¿Si se

equivocaba nuevamente?

Había visto otros Querubines, pero no era Su Querubín

y eso la había lastimado muchísimas veces todos;

eran de otras distribuciones lumínicas.

Tímidamente, tocó a su portal.

Pasó mucho tiempo, hasta entender que era él.

Día a día, intercambiaron sus cintas, hasta estar completos

nuevamente.

Un día, Rehalina soñó, que los Principios le anunciaban

que aún no era tiempo de regresar.

Debería ampliar más su misión, en traspasar algún conocimiento

que ellos, los Principios, le entregarían para el

resto de los humanos y que Centel, como Ángel afín, debería

hacer lo mismo desde las energías emocionales incluidas

en la red.

Centel, asimismo en este tiempo, había recibido Potestades

que cuidar y también debía cumplir con su parte.

Unían sus fuerzas para un mismo cometido a través de

la gran ciudad, como un enorme haz de luz para muchos

un haz que unía el noroeste donde habitaba Centel y sureste

donde anidaba Rehalina.

De vez en cuando, se veían para que las estrellas insertas

en el corazón, volvieran a retroalimentarse de la misma energía

entonces recordaban el Edén de donde procedían y

eran completamente felices.

Sucedió, que ya muy entrados en años, enriquecidos por

cumplir, terminaron su labor.

Los Principios volvieron a presentarse en sueños, reconociendo

amorosamente la tarea realizada por ambos.

En sendos lechos de descanso del mundo denso, se

encontraron dos cintas de raso un trozo de rosa y otro

de azul cielo, trenzados con amor eterno, incondicional e

imperecedero.

Por un momento, la gran rueda, volvió a hacerse visible

en el tercer plano y entonces se pudo ver a Centel y Rehalina

juntos, tomados de la mano, subiendo a esa gran rueda que

los llevaría al Edén nuevamente, de donde nunca quisieron

salir.

Habían cumplido con el Universo y el Universo

cumplía con devolverlos al Edén espacio de felicidad

eterna

Vitelmina Ahuir


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