OSIRION PRINCIPADO DEL KA

El relojero y el árbol de la identidad (49)

 



El relojero y el árbol de la identidad

Cuento

El anciano relojero, tras haber pasado años articulando las pequeñas piezas de relojes desvencijados, sus cuerdas, sus sincrónicas y sutiles partes; engranajes grandes, mecanismos diminutos, encastres sobre encastres, lo hacía esta vez, pensativo: una idea rondaba su mente…

Sus tictacs gozaban el marcado concreto de horas felices, otras no tanto: nacimientos, despedidas, presencias y ausencias…

Cuando cansado, se restregaba los ojos por costumbre, como limpiando viejas imágenes tras sus ojos, metiendo los dedos, por debajo de los cristales, y por sobre de ellos luego, como rito, observaba con cariño,  una pequeña imagen angélica, que lo había acompañado, durante toda su vida, incluso desde la niñez…

Su loza cuarteada por los años, parecían infundirle una fuerza extraña a través del par de ojitos negros y bonachones; los que pintados en las órbitas imaginarias que algún artista desconocido destacara, pero cuyo presente ingenio aún, estaba adherido a la contextura; principalmente incluido en la levedad de sus alas, y lo armónico de su magnífica sonrisa…

Un buen día, sintiéndose cansado de la repetición automática de sus días, levantó la visión hacia el Ángel y así expresó la solicitud de su corazón, tras haberlo pensado mucho:

_ ¡Óyeme pequeño compañero!

_ Tú que habitas el reino de Dios, permíteme antes de cerrar mis ojos para siempre, pueda yo arrancarle, aunque sea diminuta, como las partes de mis relojes,  una verdad, un secreto a la vida; ¡Tan sólo uno!

 Lo hizo con tanta devoción, que el Ángel pareció sonreírle…

Llegando la siesta, acostumbrado a dormitar frente a la ventana de la bohardilla, el anciano buscando su momento de reposo, semi recostado en su viejo y confortable sillón, mirando al cielo por la angulada ventana,  se durmió…

En su sueño, el hermoso Ángel, que a esta altura había cobrado vida, le mostró todos los caminos de la tierra; los ya recorridos, los posibles a recorrer, no faltando ninguna de las posibilidades, dentro de ellos…

Después de haberlos  recorrido a todos, tanto espacio tiempo desplegado desde el pasado al futuro, pasando por el presente, ambos se dejaron estar a la orilla de un ancho río; espacio donde parecía no existir el tiempo…

En sus armónicas y verdes costas, un gran árbol desplegaba frutos, por aquí y por allá… los que se veían jugosos, sin lugar a dudas, pero él no tenía apetito ninguno…

Lo curioso, que miríadas de entidades, se acercaban al Árbol, a tomar los suculentos frutos…

Las formas más altas, tomaban los frutos más bajos, y solamente las de baja estatura, tomaban los más altos…

Siendo solamente, las entidades que parecían niños,  los que trepando por las ramas, llegaban a su cumbre, y una vez allí, luego de comer, sus risas se esparcían por el prado completo; ¡tal era su alegría!

_ ¡Qué paradoja tan grande!  _ Comentó el anciano relojero…

_ ¿Es este el secreto de la vida, que te solicité?_ Inquirió…

_ ¡Es que aun no comprendo! _ Dijo anhelante de una repuesta…

El Ángel, sonriendo así expresó:

Querido compañero, mira con atención:

El que recoge y come del fruto  de la esperanza conoce el misterio del desasosiego…

El que recoge y come del fruto sólo del conocimiento sin fe, conoce el misterio de la desesperanza…

El que recoge y come del fruto de la envidia, conoce el misterio de la pérdida…

El que recoge y come del fruto de lo injusto, conoce el misterio y castigo de la culpa…

El que recoge y come del fruto del engrandecimiento, conoce el misterio de la humillación…

Quien come del fruto de la lucha y la discriminación, conoce el misterio de la guerra…

Quien toma del fruto de la beligerancia conoce el misterio de la rivalidad, más la consabida pérdida, por sobre las ganancias…

Quien toma del fruto del amor tan sólo terreno, conoce el misterio de los celos y el indeseable apego…

Quien toma del fruto de la vanidad, conoce el misterio de lo pasajero…

Quien toma del fruto de la alegría aparente, conoce el misterio de la tristeza…

Quien toma del fruto de la pertenencia, conoce el misterio de la melancolía…

Quien toma del fruto de la tenencia, conoce el misterio de la cosecha…

Quien toma del fruto de la propiedad, conoce el misterio del desarraigo…

Quien toma del fruto de la ausencia, conoce el misterio de la soledad…

Quien come del fruto de la audacia, conoce el misterio del saber…

Quien come del fruto del silencio, conoce el misterio de los sonidos y música universales…

Quien toma del fruto de la avaricia, conoce el misterio de la carencia…

Quien toma del fruto de la abundancia, conoce el misterio de la austeridad…

Quien toma el fruto de la severidad, despierta al misterio de la misericordia…

Y así, continuó con una extensa descripción, que pareció interminable… concluyendo:

Más quien se harta del fruto del arte, cuyas raíces se encuentran en el corazón; ese propio de cada cual, más lo disfruta, desde el comienzo hasta el fin, conoce el misterio del reino de Dios…

Como podrás ver, te he concedido lo que deseabas, la sabiduría del misterioso árbol primigenio, creado en el oriente, el del jardín del Edén…

Pero antes que despiertes, mira…

Sólo los niños, toman el fruto superior del amor y conocen el misterio de la afinidad con su paridad; más sintiendo en sus almas esa identidad, beben el elixir eterno de la inspiración, con su augusta complacencia…

Así fue, que al despertar, aquel anciano, guardó todos los viejos destartalados relojes, en la bohardilla, bajando al preciso tiempo, en que un par de Ángeles, celebraban para él, la mejor de las sonrisas; abriéndole al mismo instante una puerta diferente, hacia un camino lleno de posibilidades; todos ellas pintadas con los más bellos colores de la alegría imperecedera…

¡Tantos como pudiese imaginar…! ¡Ni UNO más, ni UNO menos!

El tiempo había perdido definitivamente,  y totalmente el sentido…

Vitelmina Ahuir

 

 


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