OSIRION PRINCIPADO DEL KA

Adios...(6)

 


Un invierno… un adiós para mamá...

Cae el sol y este se esconde entre las sombras alargadas que dejare el otoño ventoso, personaje cargado de ocre oro rubí, segador de cosechas interminables…

Plasmada tela, trama un paisaje de aparente falta de vida, que algún caprichoso pintor, delineara entre círculos borrosos…

Hojas de árboles desperdigadas, ajadas, contraídas, rodando sin rumbo fijo, elevándose en remolinos irascibles, delirantes y posesos…

Vertiginoso denuedo de oscuridad momentánea… tormenta de tierra, donde la aridez se despliega  sin destellos de rocío, o  el anuncio disparatado de alguna llovizna temprana…

Los pequeños ciclones que bruscamente se detienen, interrogan a los rayos somnolientos que bajan a través de las sombrías bardas, sobre el rumbo cierto de su corretaje, como si verdaderamente a ellos, se les hubiera perdido el sentido…

Husmeando con desesperación los puntos cardinales, estos se descorren sigilosos, con recelo de saberse detenidos, por alguna corriente mayor… estando compelidos a ser ahogados por la presión inefable de alguna conquista extrema y superior, que los comprime hasta la posibilidad de no ser nada…

Entre ellos, los silfos cantan despreocupados, pues entienden de la vida y del redoble inmemorial de los tiempos… pero las tolvaneras tratan de elevarse al cielo, sin potestad de levantarse ante tan escasas y extintas fuerzas…

Ondinas desnutridas y sedientas miran la promesa de humedad, ceñidas entre nubes que locamente pasan sin detenerse…

Sin embargo, hay un afán impetuoso de gnomos laboriosos, tratando de reconstruir el paisaje infecundo con semillas guardadas, desde las grietas profundas de esa estepa interminable…

Sólo existen girones de cielo azul, barrido por las corrientes avasalladoras del norte, tal si el aliento, procediera de una enorme boa respirando su jadeo asfixiante, y entre sus gigantescos colmillos, a modo de cítara incorpórea, a través de estas certeras columnas, entonan su silbido constrictor y envolvente…

Pareciese que la salida del sol, no fuera a cumplirse en el mañana…

¡Pero hubo tantos mañanas! Y el sol igualmente salió tantas otras veces, y hasta posiblemente, más bruñido que antes…

Sólo es invierno, y el inclemente viento castiga los altos algarrobales, haciendo que sus ramas toquen el suelo, una y otra y otra vez… revolcándolos sin piedad…

Linajes y espinas se recuestan sobre los pajonales secos, se estrechan y aprietan para no ser desgajados…

El hornero desde la copa, de alguno de los indefinidos recios del enmarañado monte, observa como distante, distraído, e impasible…

Deslucida mota, compendio de plumas marrón tierra, ondulándose en crespones anochecidos, trata de no caerse ante los embates fervientes, ante cada armado y desarmado de los confusos ciclos del aire…

Hay en el piso, entre los altos pajonales, un nido desparramado, con pequeños trocitos de palo que pugnan por desgarrarse… mientras las altas y voraces salamandras crepitan cerca, lamiendo sin escrúpulos, el humo propio de su sembrado destructor…

De repente, la noble ave, desciende en picada sobre el nido, a toda velocidad… recoge una diminuta rama del hogar cáscara que le sirviera de cobijo, y luego de pelear con la estructura rústica del entramado tosco y áspero… eleva su aleteo parejo y lento hacia un infinito desconocido…

Vuela libre ya, hasta que se pierde de vista, confundiéndose con el halo de luz, que en ese momento preciso, el generoso sol dispone… sólo para él…

Yo lo miro volar, buscando una rama fuerte, con cuya brizna central de su antigua morada, otrora volverá a construir su nuevo abrigo…

El algarrobal sigue meciéndose con los torbellinos que arrecian… extrañando desde ese momento, y para siempre, el dulce canto del ave cetrina…

Ellos quedaron solos, allá en el monte, con el pajonal y el fuego quemando sus penetradas, hondas, heridas  raíces…

Vitelmina Ahuir

 

 

 


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